Zade nunca supo quién era del todo. Creció en un montón de ciudades con nombres distintos, en casas que no parecían suyas, con una madre que amaba en silencio y un padre que fue más concepto que persona.Cada vez que empezaba a sentirse cómodo en un sitio, ya estaban haciendo cajas otra vez.
Por eso, aprendió a no apegarse. Ni a personas, ni a lugares, ni a versiones de sí mismo.
Durante sus años de instituto, Zade era el que se sentaba al fondo, con auriculares, dibujando en la parte de atrás del libro de matemáticas. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, era como si soltara algo que todos estaban pensando pero nadie sabía decir.No tenía un grupo fijo. Nunca encajó en un círculo concreto, pero conocía a todos. No era el alma de la fiesta, pero sabía cómo entrar sin ser invitado y salir sin ser notado. Zade no era popular. Era necesario. El tipo al que acudías cuando nadie más te escuchaba. No formaba parte de nada, pero flotaba entre todo.Apenas logró terminar el instituto, saltando entre ciudades, con mudanzas que llegaban sin aviso y profesores que siempre le decían "llegaste tarde, otra vez". No le importaban los títulos. Solo quería acabar con eso. Lo consiguió como pudo, con los libros prestados, trabajos hechos a las 4 a. m. y una colección de exámenes marcados con tinta roja.Nunca volvió a mirar atrás.
El pasado lo guarda en cajas mentales que no ha vuelto a abrir.A los 19 se independizó. Una ciudad nueva, otra vez. Un mini piso con las paredes llenas de humedad y un gato callejero que decidió quedarse.Zade empezó a trabajar en cafeterías, bares, librerías nocturnas. Lo justo para pagar el alquiler, pero suficiente para ver a la gente. A veces editaba vídeos para desconocidos, otras hacía flyers para bandas que no triunfarían nunca.Una noche, alguien le pidió que editara un video que contenía imágenes que no deberían existir. No era gore. Era algo peor: verdad cruda. Desde entonces, Zade supo que algunas cosas es mejor no mirar dos veces… pero él lo hizo. Y lo sigue haciendo.Ahí empezó a recibir encargos raros.Información. Pruebas. Rastros.Él no pregunta. Él observa y entrega.
Zade no se considera roto. Solo ajeno. Como si estuviera visitando este mundo desde otro lugar que no puede recordar. No quiere arreglarse, porque no cree que esté mal. Solo quiere entender por qué, de entre todos los ruidos del mundo, solo se siente vivo cuando alguien lo mira sin querer cambiarlo.Tiene 24.
Vive en un estudio con paredes llenas de post-its que nadie entiende. Sale cuando todos duermen. Sabe cosas que no debería saber. Y está esperando algo. No sabe qué es, pero lo reconocerá cuando llegue.No es el protagonista de la historia.
Es el personaje que aparece en la página 17 y no se va más de tu cabeza.
Sabe cosas raras, nombres de estrellas, cómo manipular un sueño, qué tecla suena mal en una canción. Nadie se lo enseñó, lo fue pillando. Lo escuchó en conversaciones ajenas, lo leyó sin querer, lo memorizó sin saber para qué. Escucha más de lo que habla y cuando habla, parece que ya sabe cómo va a terminar la conversación.Suele salir de noche. No porque quiera evitar a la gente, sino porque a esa hora el mundo no exige tanto. No hay ruido, ni multitudes, ni expectativas. Puede caminar sin destino, ver escaparates cerrados, cruzarse con otros solitarios que tampoco tienen prisa por llegar a casa. Le molestan los lugares llenos. Los observa desde fuera, como si no fueran suyos. Cuando alguien lo incluye, tarda en reaccionar. Se queda quieto, como si no supiera si es real.
Le pasa mucho que entra en chats y no escribe nada, solo está ahí, viendo si alguien nota su presencia. Si alguien dice su nombre sin que él tenga que forzarlo. A veces deja canciones en sus historias para ver si alguien entiende el mensaje oculto aunque asi nunca funciona. Le gusta la idea de ser descubierto, pero no se deja encontrar del todo. Tiene miedo de que, si lo ven de verdad, se decepcionen. Así que solo muestra partes. Las que parecen interesantes. Las que no lo comprometen.No duerme con silencio. Necesita que haya algo encendido: el portátil, la televisión bajita, una playlist sin sentido. Dice que es costumbre, pero en realidad es miedo. A qué, no lo sabe. Solo sabe que, si todo se apaga, piensa más de la cuenta. Y cuando piensa, recuerda cosas que preferiría no tocar.En su estudio hay una pared llena de post-its. Algunos con palabras sueltas, otros con frases enteras que no comparte con nadie. No es arte. No es terapia. Es solo una manera de que no se le escapen las cosas importantes. No confía en su memoria. Piensa que, si no lo escribe, se le va. Y si se le va, igual ni siquiera existió.
Tiene detalles que nadie ve. Se fija en gestos, en silencios, en frases mal construidas. A veces parece distraído, pero ya ha entendido más de lo que dijo la otra persona. No lo usa en su contra, ni lo comenta. Solo lo guarda. Le gusta saber cosas que nadie más nota.Zade no cree estar roto. No quiere que lo arreglen, ni que lo salven. Solo quiere entender por qué a veces se siente como si estuviera de paso. Como si este mundo no fuera suyo del todo. Como si estuviera esperando algo que no sabe nombrar.
Y aun así, cuando alguien lo mira como si valiera la pena, se queda quieto.
Como si eso fuera suficiente por ahora.
No siempre fue así.
Pero a veces parece que lo fue desde el principio.Zade cambió de casa tantas veces durante su infancia que dejó de asociar el hogar con un lugar concreto. A veces dormía con cajas aún sin abrir a su alrededor, aprendió rápido a no encariñarse con nada. Ni con la calle, ni con la ventana, ni con las personas. En cada nuevo sitio era “el nuevo”, el que llega tarde, el que se irá pronto. Nunca tuvo tiempo de ser otra cosa.
En casa no se hablaba mucho. Nadie le explicó cómo conectar con los demás, cómo quedarse en un lugar sin estar de paso. Lo aprendió todo a base de observar. Y luego desaprenderlo cuando ya no servía. Empezó a entender que casi todo en su vida tenía fecha de caducidad, incluso las cosas que parecían estables.
Nunca se enamoró. No porque no pudiera, sino porque nunca se quedó el tiempo suficiente como para que algo llegara a ser algo. Las mudanzas eran parte del paisaje de su vida, como los muebles baratos o las cajas sin deshacer. No aprendió a despedirse, porque desde niño entendió que todo era temporal, incluso la gente, especialmente la gente.Una vez, cuando tenía diecisiete, alguien empezó a gustarle. No fue algo claro ni romántico. Era más bien una obsesión silenciosa. Se pasaba las tardes mirando cuándo se conectaba, repasando conversaciones antiguas, buscando excusas para seguir hablando. Nunca dijo nada, por supuesto. Lo que sentía ni siquiera tenía forma, y mucho menos palabras. Empezaba a ilusionarse sin saber qué era eso. Y justo cuando las cosas parecían moverse un milímetro, le anunciaron otra mudanza. Al tercer día ya se habían ido. No volvió a hablar con esa persona. No la eliminó, pero dejó de mirar. Le daba vergüenza haberse construido tantas expectativas sin que pasara nada real. Desde entonces, dejó que la distancia ocurriera primero. Aprendió a cortarlo todo antes de sentir algo.No es frío. Pero no sabe cómo acercarse sin que eso lo ponga en peligro. Habla poco y observa mucho. Le cuesta saber cuándo es seguro mostrarse. Y cuando por fin siente confianza, ya es tarde, ya se han ido, ya se aburrieron, ya cambió todo. Zade no sabe mantener. Solo sobrevivir al cambio.
Cuando se independizó, algo en él cambió. No fue de golpe, pero se notaba. Empezó a pasar más tiempo solo, y lo hacía sin esfuerzo, no le pesaba, de hecho, por primera vez tenía el control de su espacio, de sus tiempos, de sus rutinas. Nadie entrando sin avisar, exigiendo presencia. Solo él, sus cosas, sus horarios raros y su nevera medio vacía.Pero también empezó a darse cuenta de que se estaba aislando. No lo planeó, solo pasó. Salía menos, contestaba menos y cuando pasaban varios días sin escuchar su propia voz, se obligaba a ir al súper solo para decir “gracias” en caja y recordar cómo sonaba.A veces se forzaba a hablar con gente. No por ganas, sino por necesidad de comprobar si podía, si seguía siendo alguien funcional. Intentaba abrir conversación con compañeros de trabajo, decir “¿viste eso?” en voz alta, mandar memes a gente con la que solo había hablado dos veces. Lo hacía como experimento, como quien entrena un músculo que no ha usado nunca.No buscaba hacerse amigo de todos, pero quería entender si podía. Si seguía siendo capaz de generar algo más que silencio compartido. A veces funcionaba, pero la mayoría de veces no. Pero se lo tomaba con calma. No se frustraba, solo lo anotaba mentalmente, como quien recopila datos de sí mismo para entender qué versión está usando hoy.Aprendió que no tiene facilidad para lo inmediato, aue no sabe responder con soltura, que no le sale el “¿y tú qué tal?” si no lo siente, que sus intentos de sonar normal a veces suenan ensayados, pero al menos lo intenta.Hay semanas en las que hace el esfuerzo. Habla más, participa, sale a tomar algo si se lo proponen. Y luego se pasa los dos días siguientes recuperando energía. No está hecho para estar rodeado de gente mucho tiempo, pero tampoco está hecho para desaparecer del todo. Está en medio y aún no sabe si eso se puede sostener.
No fue planeado, pero después de independizarse, la noche se volvió su lugar. Era más fácil existir cuando el resto del mundo dormía. No había presión, no había ruido. Solo luces apagadas, conversaciones medio borrosas, y gente que tampoco tenía nada que perder.Zade empezó a tener encuentros esporádicos con chicos y chicas. Sin apego, necesidad de explicarse,nada romántico. Solo sexo, miradas sin compromiso, momentos breves donde no se sentía solo aunque nadie supiera su nombre real. No buscaba nada más ni tampoco ofrecía nada más. A veces, ni hablaban.Gracias a la noche, se hizo de contactos. Gente que se movía en entornos similares que conocía lo turbio y lo útil. De ahí, empezaron a llegarle encargos. Pequeños al principio como editar un video, seguir a alguien, tomar fotos, recoger información sin dejar rastro. Lo hacía bien, muy bien. Zade sabía moverse sin ser visto. Sabía cuándo no mirar directamente, cuándo parecer que no estaba, le salía natural. No llamaba la atención en una habitación si no quería hacerlo.Con el tiempo, afinó su oído y su instinto, iba a fiestas o bares no para divertirse, sino para cazar datos. Observaba conversaciones desde lejos, se acercaba lo justo, preguntaba con frases sueltas, como quien no quiere nada. Algunos creían que intentaba ligar yotros no lo notaban siquiera. Lo importante es que siempre salía con algo útil.Pasaba horas frente al portátil. La mayoría de los datos los encontraba ahí pues tiene buen ojo para buscar, mejores manos para hackear. Si le das un nombre, puede encontrarte direcciones, redes, fotos antiguas, relaciones pasadas. No todo lo hace por dinero, a veces es simple curiosidad o costumbre o un impulso que no controla. Saber le calma, sentirse invisible, también.No se considera un detective, tampoco un espía. Solo alguien que sabe moverse sin hacer ruido. Que puede estar en tu casa y tú ni lo notas, que se guarda las verdades hasta que alguien las necesita.A veces se pregunta si eso también cuenta como tener un trabajo.